1 de junio de 2011

Mi amor difícil

Mi historia con el de las agujas terminó. Con el artesano también. Con el que estudiaba psicología, con el que tomaba anabólicos, con el que tomaba cerveza importada, con el que me enseñó a tragar el humo del cigarrillo, con el rubio insulso y con el no insulso, con el del arito en la tetilla, con el que compartía con mi amiga Bianca, con Pipo, con el amigo de Pipo, con el amigo de Pipo que estudia urbanismo, con el hermano de Bianca que es amigo de Pipo, con el que apareció cinco años después, el mozo me dejó de hablar, el tatuado volvió con su ex, a Tomás le salió una enfermedad que no sé qué, al otro le encontré cocaína en el bigote, Herminio me confesó que tenía novia, el tatuador me cansó con sus dibujos, el de doble apellido era bajito y el de Panamá muy alto, el de Vélez se enteró que me veía con mi ex y mi ex se enteró que me veía con su papá, el de veinticinco me pareció un idiota, el actor me robó ropa, el de Mar Azul tenía errores de ortografía, el profesor de inglés estaba casado, al que usaba bermudas en invierno no le gustaban mis piernas, con el de Chile no me gustaba dormir, el vecino usaba raro las manos, el hijo del médico era monotemático, el primo de Sofía no me prestó su buzo preferido, el del bar de Holanda no sabía abrazarme, el que me presentó Clara es gay y con el de hoy las cosas funcionaron bien. Pero va a pasar. Yo sé que algo va a pasar.

Lina Tequila

Hybris

Fuiste los muebles.
Fuiste la misma puerta que se abrió y que todavía se abre y no deja de abrirse y fueron esos giros con los que entraste los que hicieron llorar a los vidrios, tanto que se volvieron pálidos y fueron azulejos, y después zapatos y después piel y después ladrillo serpiente infancia vómito, incluso sombras y por qué no risas y por qué no lengua.
Fueron tus colores los que decidieron salirse de tu atuendo y estrellarse contra la pared iniciando la catarata de polvo, la debacle insistente de cemento astillado que todavía insiste y todavía se astilla y todavía cemento.
Y no vi tu cara pero fue de tu boca que salió el tornado y las palabras y los gritos y los hijos de los gritos y también sus nombres. Y fue esa misma voz la que decidió bañarse con salivas y escenas y salir a hablarme mientras comías crema y me dijiste todo, todo me dijiste, y me llenaste de venablos y dicterios, y te arrancaste escaramujos y me escupiste zagalejos (y bailaban las baldosas embebidas en vergüenza) y me mordiste sin tus dientes y entonaste: ¡maritornes! ¡maritornes! Y todo se rompió de repente, se rompió de repente, se rompió y todo fue seco, marrón, agrio. Todo fue silla, todo fue otoño.
Y no vi tu cara porque estabas de espaldas cuando comías crema pero toqué tu perfume y supe que eras una gata etérea y blanca, una mujer oblicua y desbordada de palabras y de sexo. Y después todo fue luz, y llanto y ruido y ausencia y todo se volvió nocturno porque estornudaste transida en esferas o en inventos.
Y sin dejar de girar fue que me dejaste con la pared estampada de augurios y de letras, con la puerta que no deja de abrirse entre vientos y cremas, y no vi tu cara, y no vi tu cara.

mge

Amores difíciles

-Lo que pasa es que él es piscis y vos libra- dijo la rubia tetona-. Es complicado.
Las demás mujeres asintieron. Yo las imité, con mi mejor cara de preocupación ante el funesto pronóstico para mi relación imaginaria.
No es que me guste mentir, pero a mis treinta y pico descubrí que no se puede estar sola sin generar preocupación y que la gente tolera mejor una relación desastrosa que una solterona con nada de apuro. Es por eso que, cada vez que tengo que contestar el temible cuestionario sobre mi estado sentimental, recurro a un “algo hay, pero es una relación difícil”.
Generalmente, esa respuesta conforma, y, aliviados, todos pueden seguir tratándome como a una terrestre común y corriente. Suele aparecer alguien con mayor curiosidad; en esos casos, hago un puchero y digo que prefiero no hablar. Listo, nadie quiere a una desconocida llorando sobre su hombro en público.
La rubia tetona era del grupo de los curiosos, y la pregunta que siguió a mi “sí, estoy con alguien, pero...”, fue “¿y qué día nacieron los dos?”. Apelé a mi pasado, rescaté mi última relación, la cual había sido completamente desastrosa, y pasé mi fecha de cumpleaños y la de ese ex.  
Las demás mujeres analizaban mi desgracia y yo empecé a mirar de reojo la hora. Mi amiga Nina estaba atrasada y ella era la única razón por la que me encontraba allí. Había insistido en que la acompañara a ese taller íntimo de expresión artística, a liberar nuestras locuras por medio de un pincel y acrílicos de colores, cosa a la que me había negado rotundamente; pero Nina sacó a colación aquella vez que me acompañó tres horas para sacar entradas para un recital, y no pude decirle que no.
Habíamos quedado en encontrarnos en el lugar, pero ella no aparecía. Las demás señoras ya habían sacado sus útiles, la tetona prendía un sahumerio y música extraña.
Al fin mi celular sonó con la respuesta de Nina. Se le había hecho tarde.
La rubia me dio una mirada de reproche, no estaba bien llevar prendido el celular, ese era un lugar de recogimiento y no había que envenenarlo. Pedí disculpas, dije que era urgente y salí.
Estaba furiosa con Nina: primero, por hacerme esperar, segundo, por llevarme a ese lugar sabiendo todo lo que detesto esa onda new age de horóscopos, recogimientos interiores y afines. Esperé un rato, pero me estaba cansando y, además, se me ocurrían un montón de cosas más interesantes para hacer en lugar de estar allí.
Al fin decidí marcharme y no hablarle a Nina nunca más; al menos por esa semana. Cuando empezaba mi camino, apareció corriendo.
-¡Eh!, ¿te vas?- dijo.
La miré bien seria.
-Sinceramente, creo que lo nuestro no va a funcionar- le dije, antes de dar media vuelta para correr hacia el 39 que acababa de frenar a unos metros. Algo contestó, pero no la escuché; tal vez fue un trueno, o el motor de algún coche. Estaba nublado y me pareció sentir una gota en la nariz. O me había meado un pájaro, o se iba a largar a llover. Por supuesto, yo había salido sin paraguas.

Celestina Lang

Paulatinamente amor


Mi amor está por llegar y ni siquiera empecé a pelar las zanahorias. Llueve. Seguro que aparece de mal humor por el pelo mojado, el frío, el hambre. Paula se llama mi amor. Paula, paulatinamente, escuchame bien, paulatinamente, se está yendo todo a la mierda. Ya abrí el vino. Comí el par de rodajas de salame cordobés que quedaba. Si fuera por mí me tiraría a ver televisión. Cenaría mucho después. Prepararía algo en la mitad de la noche, cuando por lo general me desvelo. Horas que aprovecho para leer y escribir un poco. ¡Ay! Me corté pelando, puta madre. Las quiere ralladas con el costado del rallador que usamos para el queso parmesano. Lonjas finas, recuerdo que dijo. Habla influenciada por los programas de cocina de la televisión. No sé cómo se le ocurren los pedidos que me hace. No sé. Mandados que desmigajan los momentos de la vida que el hombre que convive disfruta en su soledad para adentro. Conversé con Axel y con Iván. Ellos sienten lo mismo. Lavar el coche, pasear al perro, regar las plantas. Cosas que habilitan ingresar en la deriva pasajera, viaje amniótico, piloto automático, e irse con el pensamiento a otra parte. Recolectar allí, en ese espacio límbico, algún material de la imaginación, y luego, escribir y leer, y volver a empezar. Escuchame bien lo que te voy a decir, Paula. Otra vez pensando en voz alta estoy. Me pasa seguido cuando ando sólo en la cocina. O por cualquier lugar de la casa. Camino con las ojotas de toalla negra que tengo puestas ahora. Hacen un sonido seco cuando camino. Golpea la suela de goma contra mis talones. Tac, tac, tac. Tengo mucho arco en el pie derecho. Entonces se me forma como una cajita de resonancia de la cual yo sólo veo el empeine. El sonido se expande por la oscuridad y entre los muebles. Paula cuando llegue estará de pésimo humor y sin ganas de nada. El sonido no logrará tapar mis murmullos en voz alta, mis Paula, paulatinamente, esta pareja naufraga, se va todo al carajo, Paula. Busca las llaves adentro de la cartera por inercia, porque ya está tomada su decisión, porque pudo escuchar esta vez. Pudo escuchar paulatinamente, se va todo a la mierda. Hoy dormirá en otro lado Paula. Un pedazo alargado de cáscara de zanahoria, que primero anduvo como un abrojo prendido al rallador, cae sobre la tira de toalla de mi chancleta, sobre mi empeine, sobre el hueco en el que resuena lo que digo.
Nicolás Gicovate

Trabas del amor

-¿No le estalla la cabeza? ¡Yo me zambullo!
                                                                                                           
Italo Calvino, Los amores difíciles
                                                                                                                                
Me volví travesti casi sin darme cuenta. Primero fueron fiestas de disfraces, después pelucas y polleras, y al fin la maestría del maquillaje. Todo con la frente alta sin quitarme el bigote, lo que desconcierta bastante y me lleva a relacionarme siempre con freakitos. Porque el amante del travesti, cuando elige estar con un hombre que se viste de mujer y no cuando se enamora de la persona -cuando lo que busca es una mujer con verga-, suele tener un perfil retorcido. Por el contrario, el tipo que se enamora de la persona se vista de hombre o mujer, que se enamora de los gestos y hábitos, es un tipo con huevos. El caso de Eliana, la psicóloga, es distinto a todo eso.                                                                                         
Conocí a Eliana en las reuniones de Alcohólicos Anónimos, donde nos vemos dos veces por semana, hace tres meses, para cumplir con la probation que me puso el juzgado por manejar borracho y chocar a una mina.
Carina, la chocada, se fracturó la pierna en tres y tuvo un desplazamiento de cadera por el que le dijeron que podía volverse renga, aunque por suerte después de la rehabilitación quedó perfecta, y el seguro le pagó una suma con la que se compró una casa. Puso un almacén que atiende por la ventana y cada vez que la visito me agradece que la haya pisado.
En las reuniones Eliana nos dice que tomar es lindo, que nos comprende, que no es fácil dejar algo que nos hace tanto bien. Mis compañeros dicen me llamo Teresa y hace una semana que no tomo, me llamo Juan y hace dos días que no tomo, me llamo Claudia y hace un día que no tomo. Nadie llega al mes, porque somos un grupo obligado por la probation y no tenemos ganas de dejar de tomar ¿Yo? ¡Qué problemas! ¡Problema es quedar cuadriplégico!
Eliana se pone atenta cuando digo me llamo Alexis y hace unas horas que no tomo, vendo merca, de la mejor que se pueda conseguir, de la que no te deja despierto moviendo la mandíbula, la que te pega bien, alita de mosca, la que te abre la cabeza. Yo vendo de la buena.
Eliana me coge con la mirada y cuando salimos me dice que quiere tomar, que le gusto, que me ama, que para ella soy mujer y que sólo puede enamorarse de mujeres. Y que encima de ser mujer tengo la pija que tanto le gusta y que le falta a las mujeres. Así que esa noche tomamos y cogemos y somos una torta y un travesti y dos hombres y cuatro tetas y dos mujeres de mil lenguas. Somos todo lo que podemos ser.
Pero hoy no me contesta. No contesta el mensaje porque no le llegó. O lo contestó y no me llega. No contesta el mensaje porque es mi psicóloga y no me quiere ver. Quiero llorar. No contesta porque está con otro. No contesta porque me quiere y no sabe qué hacer con lo que le pasa. ¿Me quiere a mí o a la bolsa? Tendría que haber llamado en vez de mandar un mensaje, porque ahora no puedo llamar ¿Qué voy a decir?  ¿Por qué mierda no contesta? Necesito que me conteste. Juro que me conformo con un no.

Máximo Rodríguez

Sin título

Cuando apagué la vela número cincuenta y cinco, mi apetito sexual estaba muerto por el hartazgo y el tedio. Mi compañera se había tomado una botella de vino. De las pocas enseñanzas cursis que pude rescatar de mis lecturas sobre el Tantra y el camino del amor, apenas si quedaba el olor penetrante del sahumerio. Ella se dejó caer sobre el sillón del living con un aire indulgente y fue eso lo que provocó en mí una vaga erección; sí, eso, mucho más que las sabias palabras de Chang y sus consejos orientales sobre el arte del orgasmo y el autocontrol. Me fui sobre su cuerpo y le abrí las piernas con un poco de desprecio y algo de excitación. Le gustó, creí, por la tenue colaboración que dio al prestar sus piernas a la posición de la carretilla. En un crescendo afónico me escuché decirle “tomá, tomá, tomá, perra”. Ella, mientras, gozaba con graves rebuznes, se mordía los labios, y articulaba sin pensar las palabras “Tantra, Tantra...”
Cuando acabé, ella pareció también acordar ese final. Acabar, pensé, es una manera de empezar, es como dar la vuelta al globo para estar en el mismo lugar. Nos quedamos dormidos y nos despertamos, tan ajenos el uno del otro, como esas botellas que, olvidadas sobre los muebles del ambiente, parecían los restos de un naufragio. Estiré el brazo para alcanzar una, y de un trago vacié la mitad de un tinto, cosecha de altura; el candor aciruelado del merlot me acarició como una madre. 
 “¿Cuánto tiempo dormí?”, fue lo primero que dijo. “Media hora, cuarenta minutos, no sé exactamente. ¿Por qué?” “Se hizo tarde, me tengo que ir?” Se levantó semidesnuda, fue hasta el pasillo y tomó el teléfono para pedir un taxi. A los minutos volvió malhumorada y me dijo que mejor salía para ver si tomaba un taxi en la calle. Se terminó de vestir. El trajecito negro con el que había venido, le daba un aire de azafata. Se estaba yendo hacia la puerta de salida cuando dijo “mañana puede que te llame.” “Okey”, contesté con tono de oficinista.
Salí al balcón para verla tomar el taxi.
Lejos –en el pretencioso escenario de la fantasía– los álamos bordean la ruta y se estiran hacia el cielo como agujas. El horizonte, en la meseta, es impune, inacabable, como la riqueza abandonada que Bayley indaga en su poema. Me es habitual fugarme a escenarios lejanos y fríos. Siempre odié el calor católico de mi vida. En cambio, en el Sur, me imaginaba de joven, vivirían esas alemanas o inglesas protestantes que me harían sentir su indiferencia perfecta y su superioridad racial y yo, masoquista, las amaría y acataría de rodillas su eterna sabiduría. Sus pieles blancas como el papel de calcar y sus ojos claros me harían sentir vergüenza de la calidad amarronada de mi prosapia hispana.
Pero mi compañera de recreos que ahora se subía al taxi, no era precisamente una pastora evangelista pregonando en inglés los beneficios de la ética protestante. Era más bien un engendro mal terminado, una imitación de actriz francesa del cine alternativo. Pelo corto, piercing en la nariz. Sin embargo, lo real es lo ideal o algo así. Y ella, con sus visitas benéficas me hacía creer que un poco de mi ego todavía estaba vivo. Hace años había saldado mi vanidad y ahora esta pequeña azafata me salvaba con sus mentiras sobre la libertad y el amor. ¿Cuándo conocería yo a una de esas blancas protestantes que crecen en los valles sureños? ¿No serán versiones gastadas de viejos genes de tercera o cuarta generación de inmigrantes ingleses? En cambio, mi pequeña azafata es una latinita de raíz italiana. Una diminuta máquina de café expreso que en las mañanas, cuando no escapa en taxi por la noche, huele a caramelo recién hecho.

Esteban Zabaljauregui

Imagen difusa

Recuerdo el día que llegué en la madrugada y abrí la puerta del ropero y la encontré, acurrucada, rayando con una piedra frases de Baudelaire. Y me miró. Entonces quedé perplejo, tapando con mis manos las estúpidas gotas que intentaban desprenderse de mis ojos. Verla ahí, tan indefensa, tan solitaria, tan siendo ella, con esos aires desolados que salían por debajo de su traje blanco percudido…        
Cuando se levantó y me observó no pude sostener la mirada; rompí nuevamente en llanto al saber que por más que la tuviese al frente no podría rozar siquiera su enredado cabello. Ella tomó mi cabeza y de nuevo intentó besarme. Pero era absurdo: no había posibilidad alguna de al menos olfatear sus mejillas blanquísimas.
Y llegué a pensar que tal vez era mi prevención hacia el momento el culpable de aplacar en la puerta la daga de aquella deidar olímpica, o simplemente que mi tiempo junto a ella y junto al mundo había llegado a su final.
Ni una palabra. Ni un suspiro podía desprenderse de su boca brillante que alteraba los movimientos de sus labios en tono de desesperación. Tan cerca y a la vez tan alejada; como un retrato, como la simple bocanada que expulsé cuando la conocí. 
Pese a todo intentaba inútilmente cruzar mis labios con su boca, cortar el celofán que envolvía su rostro, pero el entorno y la lógica sinsentido rompían toda ambición por recuperar esa mágia, aquella que nos había hechizado en esta remota habitación.
Me miraba. La miraba. Los sueños despertaban de su encantamiento, intentando esculpir, a lo sumo, un amor que había muerto, que se había evaporado como mi vida, como el viento que me hacía un humilde espectador de su camino a la ventana.
Saber que la había perdido aún sintiendola a mi lado hacía disipar toda esperanza por la vida. Guíaba mi rumbo hacia el licor, hacia la austeridad del tabaco a las tres de la mañana. Con ese humo que aparecía disperso en mis sueños. Ése mismo que en la vida se hacía polvo. Como las semillas de cicuta mezcladas al café a la tardecita que tomaba mirando sus fotografías.
Frente al miedo que surgía cuando llegaba al dormitorio, me aferraba a la idea de poder encontrar su rostro trasparentado, que se fusionaba con el resplandor de las estrellas, al verla sentada tejiendo en el sillón del balcon oscuro, para por lo menos observarla desaparecer como todas las noches, como todas las mañanas, en cada momento que mi corazón la necesitaba y ella emergía de aquella pesadilla sin final.
Calipso… Tan mía y tan de nadie. ¿Desde dónde me mirarás en éste preciso instante en el que estoy ad postas de dejarme vencer por el olvido, de entregarme a las malditas circunstancias de la vida y no aferrarme más a tu recuerdo? El album se está cerrando, y tu difusa imagen será tapada con el velo del pasado, pese a ello en mi corazon siempre existira un trono vacío para que te avecines a su paño. Lo hagas propio. Pues en él se guardará por toda la eternidad un espacio adscrito, que sólo podrá ser cerrado con el eco de tu memoria.

Carlos Rodríguez